miércoles, 6 de diciembre de 2006

El ballet Teresa Carreño: del Romanticismo al Neoclásico

El ballet como espectáculo nace en las cortes italianas de la época del Quattrocento, entre danzas y bailes de tradición popular. Sin embargo, no es sino hasta la boda de Margarita de Lorena y Enrique III en Francia (1581) que se creó el primer ballet del cual se conoce la partitura completa, llamado: "El Ballet Cómico de la Reina", creado por un coreógrafo italiano, por órdenes de Catalina de Médicis para animar el matrimonio de su hijo Enrique III.

Con el "Ballet Comique de la Reine" fue la primera vez que un elenco de bailarines se sometían a una coreografía. Para 1661, el Rey Sol, Luis XIV, abre paso a la danza clásica profesional, cuando funda la Academia Royale de Musique et Danse. Esta institución admitió por primera vez a las mujeres, y además el pago por bailar en la compañía del Rey. Hasta entonces los hombres tenían a su cargo todo tipo de papeles. Las primeras bailarinas aparecieron en escena en 1681 en un ballet llamado Le triomphe de l'amour.

En el siglo XVIII destacaron las bailarinas, Marie Ann Camargo y María Sallé, quienes entorpecidas en el baile por lo incómodo de los vestuarios, pelucas y tacones, decidieron acortar sus faldas y adoptar el uso de zapatillas sin tacón para mejorar la ejecución de sus saltos y piruetas. Aunque la danza en puntas se desarrolló a principios del siglo XIX, no fue sino en 1832, en París, cuando la presentación de la bailarina María Taglioni en el ballet La Sílfide, que se perfeccionó su trabajo. Iniciándose una nueva etapa en la historia del ballet. Esta coreografía no sólo tiene el mérito de haber presentado de forma larga y continua a una bailarina sobre la punta de sus pies, sino en ser la primera coreografía que inauguró la era de los llamados Ballets Románticos. Entre estos últimos, se destacan El diablo cojo (1836) y Giselle (1841). Desde entonces hasta ahora este arte ha recorrido un largo camino.

En la segunda mitad del siglo XIX la calidad de los espectáculos de ballet comenzó a descender notablemente. Sólo en Rusia se mantuvo un alto nivel en la práctica y espectáculos de este arte, gracias al trabajo del coreógrafo francés Marius Petipa, quien era el director de coreografía del Ballet Imperial Ruso.

Petipa perfeccionó el ballet con argumento largo y fue el autor de los famosos Ballets de Tchaikovsky: El cascanueces, La bella durmiente, El lago de los cisnes, entre otros. Estos ballets de Tchaikovsky fueron casi todos rechazados en sus primeras presentaciones, en lo que no contribuía su música, la cual era desagradable para el público.

En este panorama, Serge de Diaghilev, un hombre de negocios, se unió a uno de los mejores coreógrafos de estos tiempos: Mikhail Fokine. Fokine y Diaghilev experimentaron nuevos temas y estilos de movimiento, abriéndole nuevos horizontes al ballet, donde se apreciaba la innovación y la vitalidad. Ellos fueron los autores de espectáculos de la talla de El pájaro de fuego, Petrushka, El espectro de la rosa, La muerte del cisne, ballets que les darían la fama y el sitial de honor a Vaslav Nijinsky y a Anna Pavlova, respectivamente.

Con Diaghilev, la influencia rusa llegó a todos los países del mundo occidental. Muchos de sus bailarines, al llegar la II Guerra Mundial, se fueron quedando en los países a los cuales iban durante las giras: George Balanchine se quedó en Estados Unidos, Marie Rambert y Ninette. Por su parte, De Valois retorno a Inglaterra. Ya antes, desde 1920, el ballet se había extendido a toda Europa y América, masificando la técnica y coreografía de los ballets rusos a otros países. De allí que se considere que la influencia rusa sobre el ballet es enorme. Hoy, el repertorio de las compañías de ballets es tan variado como infinito. Sin embargo, aunque bailarines y coreógrafos intentan constantemente innovar, ya sea desde el punto de vista técnico o expresivo con sus creaciones artísticas, la base del ballet clásico se mantiene en la actualidad. Muchos de los nuevos ballets que son recreaciones de antiguos con montajes novedosos. Sus posiciones y pasos son la esencia de cualquier montaje y siguen siendo la pauta de este difícil arte del movimiento. El Ballet Teresa Carreño como parte de ese contexto se desplaza desde el Romanticismo al Neoclásico. Los Pas de deux de Diana y Acteón, El corsario y Espartaco, así como El Amor brujo, son una muestra.

El primero, Diana y Acteón, que muestra la rivalidad en las artes de la caza de esos famosos personajes mitológicos, es producto de un proceso iniciado en 1844. En esta fecha, Jules Perrot creó Esmeralda, ballet inspirado en la novela de Víctor Hugo Nuestra Señora de París, con música de Cesare Pugni. Coreografía a la que en 1886, Marius Petipa le dio una nueva versión, con música de Riccardo Drigo, agregandole varios bailables. Uno de ellos fue el Diana y Acteón.
El ballet El corsario se estrenó en la Ópera de París en 1856, con coreografía de Joseph Mazilier inspirada en el poema de Lord Byron.

La tercera pieza, Espartaco, es un ballet en tres actos y diez escenas. Fue estrenado el 27 de diciembre de
1956 en el Teatro Kirov de Leningrado. En esta oportunidad contó con la coreografía de Nicolai Volkov y música de Aram Khachaturian.

Finalmente, El amor brujo es un ballet en un acto, estrenado como representación escénica en el Teatro Lara de Madrid. En el mismo, donde es notable el predominio de modos arcaicos y exóticos, se narra la historia de amor entre Candela, una gitana poseída por el espíritu de un antiguo pretendiente muerto, y Carmelo. Éste se disfraza de espectro en la "Danza del fuego" para liberar a su amada del embrujo.


© Centro Documental
Jesús Eloy Gutiérrez
Jefe Unidad Centro Documental
Texto publicado en el programa de mano “Del Romanticismo al Neoclásico” Mayo 2006

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