viernes, 31 de enero de 2014

Sala José Félix Ribas

Sala José Félix Ribas: el cantar de un espacio*

Por Efraín Corona

El canto grupal ha estado presente, y siempre lo estará, en todas las civilizaciones: es parte importante en las celebraciones sociales y en las ceremonias religiosas de los seres humanos. Sin embargo, largo fue su camino para lograr que las voces se independizaran sin dejar de ser colectivas; para lograr armonías y confrontaciones melódicas integradas en un todo y con un equilibrio perfecto; para lograr, en fin, el llamado canto coral. En otras palabras, si bien el canto grupal se acerca más a la misma esencia del hombre, es de todos sabido que por muchos años su disfrute venía dado por el carácter esencialmente monódico que reinaba en el arte de la música: el canto era simplemente homofónico o unísono.

Investigadores y  especialistas en la materia han establecido que el canto coral, canto a varias voces o polifonía, es decir, la yuxtaposición de diversas melodías que se desarrollan en forma simultánea, tiene su punto de referencia organizada más antigua en la liturgia cristiana: hasta bien entrada la Baja Edad Media estuvo basado en un canto sin acompañamiento, monotemático e interpretado al unísono. Era el llamado canto llano religioso del cual partió la polifonía, cuyos estilos más antiguos y elementales se encuentran en el organum, en el que se distinguía claramente la voz principal, o guía del canto, de la voz que desarrollaba el acompañamiento melódico en forma libre, pero siempre relacionado con el tema principal, y en el discantus, en el cual la voz adelantaba un movimiento contrario con respecto al tema propuesto por la melodía principal. Justamente, de ese discantus, en el siglo XIV, nació el contrapunto y todas sus derivaciones, las cuales se fueron entrelazando hasta que se conformó todo el entramado músico-vocal que existe en la actualidad y que incluye lo folklórico y lo popular como elementos de vital importancia.

Determinar los orígenes del canto coral en Venezuela con la exactitud que se ha establecido en la historia musical universal, resulta un tanto difícil. De hecho, es un trabajo de investigación que aún está por ser desarrollado. Algunos músicos e investigadores presuponen, y seguramente no están muy lejos de la verdad, que el canto coral en el país debió practicarse, tanto en lo religioso como en lo festivo, incluso antes de la llegada de los españoles; ni qué decir de los primeros años de la Colonia. En todo caso, no se tienen pruebas contundentes de la existencia de un coro propiamente dicho sino hasta principios del siglo que está a punto de fenecer. Es que ni siquiera en la llamada Escuela de Chacao, extraordinario movimiento musical que lideró en Caracas el padre Pedro Palacios y Sojo (Congregación del Oratorio de San Felipe Neri) durante la segunda mitad del siglo XVIII, se ha comprobado que incluyera al canto coral como uno de sus fundamentos, aunque en su seno se produjeron unas cuantas obras sinfónico-corales. Lo que sí es un hecho históricamente probado es que la Catedral de Caracas tenía el coro de la Tribuna antes, durante y después de la gestión musical del padre Sojo. De igual forma se conoce que esta agrupación contaba con cierto prestigio. Así que el templo nuevamente se alza como origen e impulsor de este tipo de música.

Lo cierto es que los venezolanos, mientras las investigaciones no demuestren lo contrario, tuvieron que esperar hasta el siglo XX para ver nacer su movimiento coral. Por lo menos así lo dice su partida de nacimiento. Según cuentan los estudiosos y narraron los propios protagonistas, lo que se ha determinado históricamente como el primer coro venezolano fue conformado en 1930, gracias a una inspiración ucraniana y a una diversión carnestolenda: en 1927 actuó en el Teatro Municipal de Caracas la agrupación Los Cosacos del Don, coro ucraniano de voces oscuras que causó gran impacto en la ciudad. Tal fue el éxito de la actuación y el delirio artístico provocado que un grupo de jóvenes músicos venezolanos (Juan Bautista Plaza, Eduardo Calcaño, José Antonio Calcaño,  William Werner y Vicente Emilio Sojo), que más tarde serían impulsores de la llamada Escuela Nacionalista –segundo gran movimiento musical que se desarrolló en Venezuela–, decidieron armar una comparsa de cosacos para el Carnaval capitalino del año siguiente. Y así lo hicieron: en su recorrido carnestolendo, el quinteto varonil (algunas referencias del hecho agregan a Miguel Ángel Calcaño como el sexto del grupo), vestido a la usanza ucraniana, con barba postiza y máscara, divirtió a todo aquel que lo vio. Además, causó mucha curiosidad por las canciones que interpretó, compuestas o arregladas especialmente para esa ocasión.

Como Vicente Emilio Sojo fungía de director, varias personas le incentivaron para que enseriara esa propuesta y armara un coro grande, un orfeón. Sojo, quien con el correr de los años se convertiría en el maestro Sojo, les tomó la palabra y, en 1929, como un homenaje al compositor venezolano José Ángel Lamas, armó el Orfeón Lamas, decano de los coros venezolanos o, por lo menos, primer grupo en su estilo creado en el presente siglo, al cual se unieron las voces de la Tribuna de la Catedral, que dirigía para ese entonces Juan Bautista Plaza. El grupo debutó el 15 de julio de 1930 en el Teatro Municipal de Caracas. La novedad cautivó a los capitalinos. La semilla fue sembrada y el movimiento coral venezolano inició su indetenible crecimiento, primero de la mano de los miembros de la Escuela Nacionalista y, después, de la de sus alumnos, de uno que otro músico venezolano formado fuera del país que retornó a su patria, y de extranjeros que escogieron a Venezuela como su casa, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial.

En las siguientes tres décadas la evolución del movimiento fue un tanto lineal. Durante ese período nacieron grupos importantes y claves para la historia coral venezolana. Algunos aún se mantienen vigentes, como es el caso del Orfeón de la Universidad Central de Venezuela, hoy Patrimonio Artístico de la Nación y decano de los coros universitarios del país (se ha establecido que es el coro más antiguo del país con una actividad ininterrumpida); otros, como la Coral Creole (al igual que el legendario Orfeón Lamas), ya desaparecieron. Sin embargo, en un vuelo rasante, de esos treinta años de historia merecen especial recordación los orfeones creados en los liceos nacionales, pues jugaron el importante papel de semilleros y difusores del canto polifónico. Así, destacan los orfeones de los liceos Andrés Bello, Fermín Toro y Juan Vicente González. Igualmente hay que citar al Orfeón Juan Manuel Olivares (más tarde Coral Venezuela), a las agrupaciones del Centro Vasco, del Centro Catalán y de la colonia alemana (más tarde convertida en la Asociación Cultural Música Antigua), al Orfeón de la Universidad de Los Andes, al Orfeón Valencia (luego Orfeón Carabobo), al Orfeón Régulo Rico de Guatire y a la Coral de la Creole Petroleum Corporation (simplemente  conocida como Coral Creole), entre un puñado más.

A partir de 1960 se dio un positivo crecimiento. A los grupos ya citados se sumaron la Schola Cantorum de Caracas (generadora e impulsora de todo un movimiento polifónico), el Orfeón de la Universidad Católica Andrés Bello, la Coral Filarmónica de Caracas, la Coral Filarmónica de Aragua, la Coral Universitaria de Maracay, los Madrigalistas de Aragua, la Coral del Banco Industrial de Venezuela (decano de los coros bancarios del país), la Coral del Banco Central de Venezuela, la Coral Mobil, la Agrupación Polifonía, el Orfeón Nueva Esparta, la Coral Falcón, la Coral de la Universidad del Zulia, el Orfeón Carora, la Coral Antonio Carrillo de Barquisimeto, el Coro de Cámara de Caracas, la Coral Viasa y el Grupo Vocal Metropolitano, entre muchos otros. Mención especialísima de la década rebelde merece el Quinteto Contrapunto que, de la mano del fallecido compositor Rafael “Fucho” Suárez, dejó una profunda huella en el canto polifónico del país.

En septiembre de 1976, una tragedia que enlutó a todo el país le dio un empuje violento al movimiento coral venezolano: el director Vinicio Adames, la profesora de canto Leyla Mastrocola y los integrantes del Orfeón de la Universidad Central de Venezuela fallecieron en un accidente aéreo y dejaron sembrado su canto en tierras lusitanas. El país quedó conmovido. Todos los venezolanos deseaban ser miembro de un coro como para rendirle homenaje póstumo a los caídos. De hecho, así lo hicieron. En pocos días, hasta en los rincones más recónditos del país se armó una agrupación vocal. Empresas privadas, organismos públicos, instituciones educativas, fundaciones, asociaciones, gremios, parroquias, barrios, municipios, sindicatos, medios de comunicación y todo tipo de organización se sumaron a la fiebre coral. Fue toda una explosión que aceleró el proceso de crecimiento que se venía dando en forma moderada. Más tarde, a medida que se fue calmando la emotividad por lo que se conoció como la Tragedia de Las Azores, vendría la depuración, el perfeccionamiento, la calidad, la filigrana, la formación y el profesionalismo. Justo en ese punto se encuentra ahora el movimiento coral venezolano.
  Coincidencialmente, 1976 también fue el año en que comenzó a funcionar la sala José Félix Ribas del Teatro Teresa Carreño, abierta sin haber sido  concluida, en octubre  del año anterior. Acogedora, “distinta” y hecha especialmente para el disfrute acústico del espectador, esta sala vino a compartir la preferencia, la importancia y la primacía, en relación al canto coral , con el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, destronando, en ese sentido, al Teatro Municipal de Caracas que, cual Bella Durmiente, esperaría el beso de su príncipe encantado durante un largo período de restauración.


Si bien desde el principio la sala Ribas, como familiarmente se le conoce, estuvo reservada especialmente para el arte orquestal, la polifonía vocal, representada básicamente en la participación de obras sinfónico-corales, ha tenido una visible figuración en lo que ha sido su evolución histórica. De hecho, para muchos coros nacionales el cantar en este espacio se ha convertido en un punto de honor y de prestigio profesional. La lista de agrupaciones vocales que han actuado en esta sala, en apenas dos décadas y media de existencia, es tan larga que, sin exageración, podría servir de directorio oficial de los coros existentes en el país. Ello habla también de las facilidades que se brindan para actuar allí. La sala Ribas ha visto nacer, crecer, desarrollarse, reproducirse y hasta morir a muchas agrupaciones. Un ejemplo claro lo podría representar la Camerata de Caracas que fundó y aún dirige ese talento de mujer que es Isabel Palacios. Por muchos años este grupo tuvo como escenario principal a estos espacios. En la Ribas se presentó primero como Camerata de la Orquesta Nacional Juvenil de Venezuela (1978). Siete años después se convertiría en Camerata de Caracas, para luego subdividirse en Camerata Barroca, Camerata Renacentista y Solistas de la Camerata. Otro ejemplo sería la Coral Filarmónica de Caracas: la sala Ribas fue testigo silente de sus últimas actuaciones antes de desaparecer para siempre; o el Ensamble 9, grupo de cámara que dio mucho qué hablar en el movimiento coral venezolano y que la sala vio nacer y morir.  


Otra agrupación que ha tenido a la sala Ribas como escenario principalísimo es la Schola Cantorum de Caracas que, ya bien sola o en combinación con el Orfeón de la Universidad Simón Bolívar, la Cantoría Alberto Grau y el Movimiento Coral Cantemos, pero siempre bajo la batuta de María Guinand y Alberto Grau, han escenificado allí, dejando varias páginas escritas para la historia, las más significativas obras sinfónico-corales nacionales y universales. En esta tarea histórica también se suman, además de las ya citadas Camerata y Filarmónica, el Coro del Teresa Carreño, la Coral Juvenil de Aragua Federico Villena, la Coral de la Facultad de Ciencias de la Universidad Central de Venezuela (UCV), la Coral Falcón, el Orfeón de la UCV, los Niños Cantores de Villa de Cura, el Polifónico Rafael Suárez y Orfeonistas de Siempre, entre otros.
Pero, en honor a la verdad, son muy pocos los grupos que han actuado solos en la sala Ribas, pues la mayoría lo ha hecho, o bien en una gran masa sinfónico-coral o como participante de uno de los tantos festivales que allí se han desarrollado, entre los que merecen especial mención los organizados por el Movimiento Coral Cantemos, la Fundación Vinicio Adames, la Fundación Calcaño, la Sociedad Venezolana de Canto Gaudeamus, la Fundación Schola Cantorum de Caracas y la hoy desaparecida Fundación Latino. También hay que destacar los encuentros fraternales realizados por grupos o instituciones con la intención de celebrar a lo grande algún aniversario. Entre las corales que han actuado solas destaca la Coral del Cuerpo de Bomberos que, según registra la cronología, fue la primera coral que actuó en esta sala (el 25 de junio de 1977, bajo la dirección de Orlando Leiva), Coral de la Facultad de Ciencias de la UCV, Coro de Cámara de Caracas, Coral Capella de Caracas, Cantoría de Mérida, Cantarte Coro de Cámara, Voces Oscuras Antonio Estévez, Coral José Antonio Calcaño y Coro de Niños del Conservatorio Juan José Landaeta, por mencionar algunos. Por supuesto, también están la Schola Cantorum, la Camerata, el Orfeón de la Universidad Simón Bolívar, la Cantoría Alberto Grau, el Orfeón de la UCV y el Coro del Teatro Teresa Carreño, valga la pena decir el único coro de ópera que existe en el país y además, el único que puede ser catalogado como profesional.

La sala José Félix Ribas ha sido tan importante para el movimiento coral venezolano que muchas agrupaciones la han escogido como estudio de grabación para sus producciones discográficas. Cuenta de ello dan los CD grabados por la Schola Cantorum de Caracas y la Cantoría Alberto Grau. Además, en ella se han escenificado momentos cumbres para la historia de esta especialidad musical, como por ejemplo, la presentación pública de la Antología de la Música Coral Venezolana (tres volúmenes con textos y discos compactos o cassettes) editada por la Fundación de los Trabajadores de Lagoven, dirigida por el maestro Gonzalo Castellanos Yumar y que cuenta con algunas grabaciones realizadas en la misma sala; la realización de los conciertos de grado de las nuevas generaciones de directores de coro; estrenos mundiales y locales de piezas y arreglos vocales, muchas de ellas ganadoras de premios nacionales o regionales; la presentación oficial de tres de los Cuadernos de Música Coral Navideña, con partituras de compositores venezolanos editadas por el Banco Industrial de Venezuela.
En la sala Ribas también fue presentado el libro Simiente sonora en el que el director y compositor Miguel Astor recoge el medio siglo de historia de la Coral Venezuela (1943-1953). Durante el acto, que cerró la fiesta programada para celebrar el cumpleaños de la agrupación, fue interpretada la obra sinfónico-coral Jehová reina, con la que el maestro Ángel Sauce había obtenido en 1948 el Premio Nacional de Música. Igualmente, esta sala se ha cargado de una inmensa emotividad por los homenajes que allí se le han brindado a compositores, directores, arreglistas, promotores y cantantes por sus aportes al canto coral venezolano. Igual sentimiento se ha experimentado allí con la celebración, siempre musical, por premios y galardones obtenidos por agrupaciones venezolanas en contiendas y festivales extranjeros.


Por esta sala también han desfilado importantes agrupaciones vocales extranjeras que nos han visitado, como es el caso de la Camerata de Puerto Rico, el Coro de Cámara de Matanzas, el Coro de la Asociación Lírica y Concertística Italiana, A Capella de Lyon, Ensemble Organum de Francia, Le Piccoli Cantori Della Turrita, A Capella de Estocolmo, Cantantes de Cámara de la Universidad de Bridgewater de Massachusetts, Coro Universitario de Puerto Madryn (Argentina) y Chanteurs Immortelles de Trinidad, entre otros tantos.
Como si fuera poco, incluso ha servido de aula para la formación de las nuevas generaciones de directores corales. Un ejemplo lo constituye el Taller Música Autóctona Estadounidense que dictó la afamada profesora Alice Parker en 1997, gracias a la gestión de la Sociedad Venezolana de Canto Gaudeamus. En resumidas cuentas, la sala José Félix Ribas ha formado parte importante, y seguramente seguirá siendo así, de la historia del movimiento coral venezolano.
*Texto inédito escrito para un libro dedicado a la Sala José Felix Ribas, preparado por el Centro Documental, bajo la coordinación de la Licenciada Teresa Alvarenga durante el año 2000. El mismo se llegó a publicar.
Fotos e imágenes: Fondo Documental TTC y Luis Brito (1998).